miércoles, 28 de junio de 2017

MANUAL PARA MUJERES DE LA LIMPIEZA. Lucia Berlín



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No se puede concebir una colección de relatos de la que se aprenda más de cada derrota que nos inflige la vida, de la victoria del intelecto sobre los fantasmas que nos acechan detrás de cada rincón de la memoria, que exprese mejor lo a salvo que permanece el afecto que se siente por las personas que comparten los momentos de intensa soledad que nos llevan a actuar, a veces, de modo irracional.
Caer en una adicción es como ver a lo lejos tus sueños y caminar hacia ellos por un sendero embarrado y  sucio, por el que te ensucias primero los zapatos, y no le das importancia, luego los pantalones, nada grave, después las salpicaduras de tus pasos entre el fango van alcanzando diferentes partes de tu atuendo, y para cuando estas a punto de alcanzarlos, la suciedad que te envuelve es motivo de sobra para que no te dejen atraparlos.
Todos estamos hechos de equivocaciones, hay que saber negociar. Encontrar la serenidad necesaria para comprender que no todo está perdido, para seguir adelante. Lucia nos lo explica, muy bien, empatiza con cualquiera que quiera ver la humanidad de sus voces narrativas, la variedad de condiciones que hacen a las personas transparentes unas para otras, abriendo entre ellas campos de juego, de solaz, con una comprensión tácita de las imperfecciones de cada ser que se cruza en su camino, para ello utiliza como plantilla los propios defectos y la seguridad de saberse imperfecta. 
Cada historia que nos cuenta está impregnada de tal singularidad que hace falta hacer un alto en la lectura para poder saborear la totalidad de la novela, si uno lee sus relatos se da cuenta de los horrible que era su vida en muchos momentos. Embarazada y pasando drogas por la frontera, un marido toxicómano. Despertar en un centro de desintoxicación. Cosas peores. Pero ese era el material de ficción con el que contaba Lucía, unas historias cargadas de humor salvaje, el humor que nos da la distancia de estar narrando algo de un pasado superado. Lo ocurrido en la vida real no tenía gracia pero ahí radica la maestría de esta gran contadora de cuentos.
Este libro está construido  a partir de la selección de S. Emerson y de la profunda admiración que siente por la dispersa obra de Berlin, dispersión que se refleja en las épocas de las que habla, de los lugares, de sus maridos y amantes, de su familia… No hay mejor psicoanálisis que escribir durante tres días todo lo que se te pase por la cabeza, el resultado ha de ser por fuerza un espejo en el que mirarte, una manera de conocerte. Ella lo ha hecho durante toda su vida, ha tenido el humor para hacerlo y el resultado es que la conozcamos tal como era, una mujer liberada con una conciencia social proverbial.





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Lucía Berlín nació en Alaska en 1936, murió en Los Ángeles 2004. Su padre era ingeniero de minas, por esta profesión Lucía conoció  distintos hogares en Idaho, Kentucky o Montana hasta que en 1941  su padre fue enviado a la guerra y ella junto a su hermana y a su madre se trasladaron a El Paso (Texas) con sus abuelos maternos. Una experiencia  dura con una madre que como ella bien dice: " prefería la botella a sus hijas".
Todas estas experiencias quedaron reflejadas en sus relatos, con poco más de 30 años Lucía dejaba tres matrimonios y tenía cuatro hijos a su cargo. Sin profesión ni ingresos regulares realizó numerosos trabajos: de profesora, recepcionista en una consulta ginecológica, ayudante de enfermería en urgencias de un hospital e incluso limpiadora, de uno de esos relatos toma el título el libro. Para saber más de su vida mejor nos animamos a leer a Lucía....